Extracto de la novela: Las revueltas de la primavera.
Escrito por Rasé.
Fotografía. JOHN GUTMANN
Llega el momento en el que la membrana se ha acaba por abrir y la expansión es inevitable. A veces se dicen muchas cosas, pero cuando las preguntas que uno se hace, se contestan con más preguntas, se trata de un misterio y los misterios están plagados de un no sé qué y un no sé cuánto que indudablemente tenía Argelia. El “cuaco” santificado e indomable que se libera es parte de una rotunda separación interior que aterra (sin duda que inmoviliza), porque ésta representa un salto al vacío y el vacío, aunque un salto kamikaze podría parecer, a mí me interesaba sentirlo. Ahí encontraba la vacuidad armónica de la vida. El entendimiento del absurdo, con su belleza y su inestabilidad progresiva. Argelia no solo representaba la emancipación de mi ser terrenal, sino mi gravitación y reducción a un mundo astral, a una constelación, de pájaros y estrellas, similares a la de un retrato de Miró. Nuestro amor, podría decirse, era un amor Miró. Me mordía los labios, la uñas, me paralizaba el hecho de entregarme a ese volcán que ella representaba, pero con el tiempo me di cuenta que la angustia, esa angustia tan mía, solamente me llevaba directo al grado de la evasión. El abandono del realismo lleva a una creación de un alfabeto propio, una parvada de símbolos autónomos: un beso, una mirada, una caricia, su lunar en la mejilla, la forma en la que ella mordía la cuchara con el cereal, el sonido mudo al finalizar su risa: Todo absolutamente todo, era un acertijo lleno de esperanza que motivaba a dar siempre el paso siguiente. El amor como una escalera, la metáfora perfecta: una pirámide triangular: Amor-Pirámide. Siempre caminándola de frente, para no mirar hacia atrás (o hacia abajo), para evitar el vértigo, los diablos internos, los prejuicios transformados en cadenas mentales, las inseguridades….
Es por eso que escribía de ti Argelia, para que mis pies pudieran tocar de vez en cuando el suelo. Mi vida, ese hervidero de tantos sueños imposibles, necesitaba realismo a ratos. A veces el realismo, un determinado tipo de realismo, representa un medio perfecto para vencer la desesperación. De alguna manera había que materializar tanto monstruo que me andaba picando la cabeza. Y es que seis meses no se cuentan con los dedos de una mano. Eran tres las relaciones formales que había tenido antes de conocer a Argelia. Dos habían fracasado a causa mía. La tercera, según Susana, había sido un producto de mis “patologías y mi inestabilidad emocional” y fuese lo que fuese lo que ella quería decir, la verdad, jamás me había sentido tan…mágico. Caminábamos desde el Barrio Negro hasta el puente de Cesárea y de ahí hasta el Barrio Gitano, entre las cafeterías que olían a mañana de verano y a través de los mercados con pinta árabe me señalabas todo y querías comprarlo todo, sin un solo centavo en tu bolsillo. Jamás nos cansábamos de caminar, era como si nuestros pies tuvieran alas, como pegasos de inagotable energía; y Luego, después de besarnos en el parque de los gansos, en alguna taberna que no fuera la Jayah o debajo de un árbol que de entre sus fisuras, ramificaciones complejas, penetrara la luz solar en tu rostro blanco o en cualquier otro banquillo que diera hacía el atardecer, nos dirigíamos directo a las calles barrocas del centro de Cesárea y ahí nos dábamos en silencio nuestra coordenadas secretas. Todavía recuerdo, cuando en el Corredor Santa Lucía, encontramos en un callejón perpendicular a la Iglesia de Santa María de la Freira, a un par de viejos, vagabundos que cantaban el Nessun Dorma con una grabadora que no podía valer más de lo que valían sus oxidadas almas y ahí, tu recargaste tu cabeza en mi hombro y dejaste caer una lagrima –Nessun dorma! Nessun dorma! Tu pure, o, Principessa– Todo ese espectáculo espontáneo, te recordaba a tu padre y a tu hermano del que no te gustaba hablar- ¡Ed il mio bacio sciogliera il silenzio che ti fa mia!- y yo te sentía más cerca que otra veces y pensaba que todo eso que estábamos viviendo no podía ser más que un sueño. De haber sabido que todo era verdad, te habría besado en ese momento y te habría prometido quedarme perpetuamente- All’alba vinceró! ¡vinceró, vinceró!- pero todo era muy rápido. Nuestra vida, parecía que caminaba en cámara lenta, como una serie continua de retratos de Hopper. Nuestra vida, un cassette TDK rebobinado, una y otra y otra vez hasta el cansancio. Me preguntaba sobre mis otras vidas en esta vida, me preguntaba cómo antes de verte por las mañanas despeinada podía pensar que había comenzado a vivir. Uno a veces no se da cuenta que la vida no ha comenzado hasta que llega ella sola a un punto de ebullición en un tiempo determinado. Eras un parte aguas, un grado centígrado, una separación provocada: A.A (antes de Argelia) Un cúmulo de obras reflexionadas y premeditadas / D.A (después de Argelia) Una inevitable espontaneidad y abandono. ¡Ah! A-R-G-E-L-I-A Tomabas mi mano y nos hablábamos de revolución y de renovación, filtrados como clandestinos revoltosos en las cuevas Abbaisé, éramos dos duendes cargados de tanta melcocha mental y tomábamos mucho vino y nos cubríamos por el humo del Kaddish y nos arrinconábamos en las noches en los undergrounds, esos sótanos grises de Cesaría y escuchábamos tecno-dance y andábamos dancing que dancing toda la noche. Luego me decías que “no”, que ya era tarde, que en otra parte del mundo, al mismo tiempo, seguramente estaba nevando y que no podíamos darnos esos lujos y yo te decía que no pararas, que éramos los adolescentes, que había que vivirlo todo, cambiarlo, reinventarlo todo y que “todo” olía perro mojado y a polvo viejo y así se nos iba la noche, entre el Ca plane pour moi y el bizarre love triangule. Tocaba tu boca citando capitulos de autores argentinos y nos hablábamos en glíglíco en la alfombra de mi triste departamento, en la cama y en el sofá. Nos besábamos las flores y nos guardábamos las joyas entre las manos. En el tapete, acostados, poníamos un disco de Gainsbourg y tú tarareabas 69 anne erotique con tus montes de algodón, semi desnuda, pura y virgen. Por las mañanas te traía café y cuando regresaba a la habitación, tú ya te encontrabas levantada, despeinada, mirando por la ventana, fumando un cigarrillo, mirando las marginadas calles del Barrio Negro, con sus tinacos y su sol propio. Para ese tiempo ya te habías pintado las puntas del pelo de color azul, se te veía bien. Decías que lo habías hecho por Rubén Darío, por Victor Hugo, por Picasso, por la tristeza ¿Cuál de todas? y yo lloraba, pero de risa. Algunas otras noches, cuando no nos juntábamos con los revoltosos de las Cuevas Abbaiseé, nos íbamos a la Calle Blomet a tomar un trago con Camila y Mateo. La calle Blomet, representaba antes que nada, la amistad. Debatíamos de arte, literatura, de la situación deplorable de Cesárea y del mundo en general. Era la época del aguardiente con agua y el licor con naranja. Bebíamos hasta hartarnos y las discusiones llevaban horas y tú decías que Dostoievsky era más padre de la revolución rusa que Lenin y hacías enojar Mateo, porque éste alababa de forma fanática a sus héroes socialistas y tú solo te burlabas muda en complicidad conmigo. Y es que si nos equivocábamos en los términos o en las definiciones, deliberadamente decidíamos omitir las correcciones. Nos queríamos tanto. No necesitábamos tanto. Yo te veneraba callado, cuando cantabas Case Of You porque te gustaba más el cover de James Blake que la versión original de Joni Micthell y repetías el coro un tanto desafinada, con tu melena despeinada, rozando la nota exacta:
I remember that time you told me, you said
«Love is touching souls»….
Surely you touched mine
‘Cause part of you, pours out of me
In these lines from time to time
y fumábamos y nos abrazábamos y la vida nos parecía simple y afuera las revoluciones sonaban a un soundtrack muy nuestro, una historia paralela, una rebelión tormenta. El mundo estaba cambiando y nosotros también estábamos creciendo con él. ¡Argelia! hicimos de todo en esta ciudad, era nuestra, comimos ángeles, exprimimos a cupido en la licuadora, noches, amaneceres y le extraíamos el jugo con todo y pulpa y nos sabía a toronja con estrellas. Aquí, nos confesamos, nos prometimos, nos dormidos acucharados en la Casita Mila, que era nuestra nube pedrera.