Simón Carla.
Escrito por: Rasé.
Pintura: Gustav Klimt
Había un cuadrado y cuatro paredes, dos ceniceros y ocho de las de cristal, de esas que ponen “bien”, de esas que pintan la mejilla roja. Había risas y un grito al fondo. Había una luz de bombilla semi-amarilla, que zumbaba, que zumbaba mucho, como un mosquito convaleciente:
-bzzzzzm- canta la esfera de luz.
–bzzzmm- cada vez menos.
–bzzzzm- tiene miedo de morir.
El último minuto de su vida, Carla pensó tres cosas (¿pensó?): (A) Lo miserable de su suerte (Busca y encontrarás),
(B) Perdonar siempre (y cuando saliera viva)
(C) Respirar lo más posible (casi imposible).
El último minuto de su vida Carla pensó, pensó morada, pensó pataleando, pensó berreando, pero pensó (dicen que pensó). El reloj no siempre nos pone a la hora exacta de la vida. Los corazones están desincronizados: De la muerte, de la vida.
Ella un gusano. Ella el gusano Simón. Simón en el jardín. El jardín de Mario. Mario el niño mocoso. El de la lupa.
-¡Abre la piernas puta!
-La paz os dejo, mi paz os doy.
(Dijeron el domingo pasado: Juan 14:27)
– ¡Que las abras gata!
(Aquí no hay miau. ¿Hay miau?)
-¡Ponte floja!
Voz ronca: ¡En sus marcas, listos, fuera!
Un ojo naranja, un rayo beta o gama, un láser, un láser rojo, que penetra, que se cuela, que se infiltra en la piel verde, en la piel arrugada, en el ombligo del gusano. Se retuerce el gusano. Se retuerce más. De un lado a otro. De atrás para adelante. Un caballo dorado, pero recostado, casi inmóvil. Grotesco. Tenebroso. Ahora intenta cerrarse. Simón candado. Ahora más. Gusano bañado con limón. Gusano bañado. Se quema, se carcome.
-El acido cayó en el cofre.
Le quemó la cara. Mario la lupa, el ojo naranja através del espejo, el rayo beta o gama, recorre la verde piel, la recorre como una navaja, como una hoja de cuchillo, que pinta una delgada línea roja. Se escurre.
¡Hay Simón! Ya no bailes así, que me da miedo.
(Se ríe Mario)
-¡Gol!
– ¿Cuanto vamos?
–Ocho cero, a favor ellos.
El último minuto de su vida, Carla pensó tres cosas. O tal vez fueron dos. O talvez solo cantó con mucho amor. Dentro de aquel cuarto, un cuadrado casi perfecto, un cuadrado y cuatro paredes, dos ceniceros y ocho de las de cristal, de esas que ponen “bien”, de esas que pintan la mejilla roja. Había risas y un grito al fondo. La luz se caía, como los parpados de los somnolientos. Locación: Tercer habitación, puerta roja, fisura en la parte baja. Dos personajes: Carla (Simón) Mario (Mocoso).
Ella el vientre tenso. El la daga. Simón se retuerce por el limón. Mario, la lupa el ojo del infierno. Todo en cámara lenta.
Grita. Grita más fuerte. Quejido. Lamento de sudor.
-¡Ya por favor!
Le quemó la cara. Mario. la lupa, el ojo naranja a través del espejo, el rayo beta o gama, recorre la verde piel, la piel verde una vez más, la recorre como una navaja, como una hoja de cuchillo, que pinta una delgada línea roja. Se escurre. Se escurre una vez más. –Ábrete más que duele– le dice. Se incendia todo, el colchón, la colcha, el cojín alguien lo muerde. Se aferra a la vida Simón. El niño acerca la lupa. La acerca más. Zoom. Doble zoom. Ampliando la imagen. Simón cae. Cae lento. Se rinde. Perdóname dice con sus ojitos y la cabeza. Perdóname.
(Suena la música) Game Over.
-Te amo.
-Lo dudo.
-Nos vemos mañana.
-No puedo.
-Esta bien.
– Pero, quiero que sepas que te amo.
-Ah.- respondió dubitativa.
Era temprano. Olía a sol que sale. A café mañanero. Ella se recogió el cabello, y las ropas. No sabía (nunca se sabe) que era el último minuto de su vida. Pero antes. Carla pensó. Carla pensó tres cosas (¿pensó?). Dicen que pensó. Ojala no se arrepienta.