Sofía & Julio.
Escrito por: Rasé.
Fotografía: Alex Prager
I. La casa.
El color de la cocina era azul rey, aunque ambos hubieran deseado que fuese azul celeste cuando compraron el departamento. El número de sillas que rodeaban la mesa de la cocineta eran tres, aunque únicamente eran dos personas las que habitaban el lugar. La decoración del departamento en un principio había estado a cargo de Julio. Más tarde habría de pasar a manos de Sofía. Uno de los más grandes errores de Julio cuando tuvo a cargo la decoración del departamento, fue dejar la tercera silla sobrante en la cocineta. Sofía odiaba dos cosas en la vida: Los número impares y los pavos reales (el simple hecho de escuchar la palabra pavo real le causaba un efecto entremezclado de nauseas y angustia). Por suerte el número de sillas en la cocineta no tenía relación alguna con aquellas aves. De lo contrario Julio habría tenido que escuchar la doble queja diaria de Sofía cada vez que entraban a la cocina: “Esa silla sobra Julio. No se ve nada bien ahí.” El departamento estaba conformado por dos habitaciones y una sala de estar, que estaba ocupada en su mayor parte por un sillón ocre que Sofía había comprado poco después de adueñarse del poder decorativo del lugar. La lámpara china, la alfombra turca y el televisor habían sido parte de un regalo masivo que su tía Pimi le había hecho poco después de la mudanza. El lugar tenía un aura naranja por las mañanas y por las tardes. Ambos se preguntaban a diario, como habían logrado dar con ese apartamento ubicado en el único punto de la ciudad donde los amaneceres y los atardeceres caían ebrios, escurridos entre los tantos edificios financieros que los rodeaban y aunque no creían en la magia, sabían que había algo de fantástico en todo ese secreto. La alarma sonó aquella vez, de la misma forma que lo hacía siempre. Era la mañana de un miércoles. Los días miércoles para Julio eran considerados como los días más grises de la semana. Los calificaba regularmente como días inservibles y ociosos: –Es insoportable tener que decidir si está recién iniciada la semana o si está apunto de acabarse.- Se quejaba masticando su cereal con la boca abierta mientras desayunaban. Sofía aceptaba este argumento con ligera monotonía y aunque casi nunca hacía nada al respecto para demostrar su aceptación en este tipo de cosas, un buen día, en un acto de camaradería y apoyo a Julio, Sofía recortó el día miércoles de todos los calendarios del departamento, con el fin de convertir la semana en un listado de tan solo seis días: un número par. Así era como pasaban los meses enteros del año, con las semanas mutiladas y con sus juegos escondidos detrás de sus días fantasmas.
II. Los juegos
Sofía solía colocar su dedo índice en la frente de Julio, simulando disparar el gatillo de una pistola con su dedo pulgar. La mirada de ambos era sobria cuando esto sucedía. Un instante de silencio para luego dar paso a un sonido onomatopéyico que procedía de los labios de ella: ¡Bang!; Entonces Julio caía derrotado al suelo con los brazos y las piernas abiertas en forma de estrella, totalmente muerto; A veces se dejaba caer también con la frente manchada de rojo gracias a la salsa catsup que Sofía insistía en embarrarle para darle (según decía) un sentido mucho más realista a la escena del crimen. Otras veces, Julio simplemente caía de espaldas con la fuerza suficiente para convencer a Sofía de que realmente la bala imaginaria le había atravesado la sien. -¡Muerto!- Exclamaba Sofía soplando el humo de pólvora imaginario que salía de su dedo índice. Por las mañanas cuando Julio salía a comprar el periódico, Sofía daba los cuidados esenciales a sus cuatro macetas de “Malvas Miró” que tenía en el pequeño vivero de su habitación, bajo una delicada luz ultra violeta que Julio le había conseguido en un mercado de souvenirs psicodélicos. Sofía había estudiado biología, pero amaba la pintura. Lo de las Malvas Miró surgió en uno de sus días de ocio, cuando Sofía encontró en Internet un blog bioartesanal que hablaba de cómo hacer crecer pequeños viveros de flores tatuadas con pinturas muy parecidas a las de un Joan Miró o un Kandinsky en sus pétalos. El método consistía en alimentar las células vegetales que se encontraban cultivadas en pequeñas cajas Petri, con música de Erik Satie. Por la mañana el primer Gymnopedie, por la tarde el segundo y en la noche el tercero. La fotosíntesis se iba retroalimentando con las notas de piano. Los resultados tardaban de siete a ocho meses y la velocidad del procedimiento dependía en que tan intensa fuera la música o que tan sentimental ésta pudiera sonar. Aunque parecía una farsa, Julio había aprobado que Sofía perdiera el cincuenta por ciento de su tiempo con la crianza de sus Malvas Miró. El otro cincuenta por ciento, Sofía lo dedicaba a la investigación de una nueva especie de girasoles y a los juegos con Julio. Los juegos consistían en diferentes cosas. Por ejemplo, lo lunes cuando Julio traía el periódico, se sentaban en la cocineta y comenzaban a buscar la palabra más repetida del día. Por lo general las palabras tenían que ser adjetivos y jamás podían ser pronombres. En varias ocasiones, la palabra más repetida de día fue: Difícil. La única ocasión que Julio en verdad sintió esperanza por la vida, fue cuando Sofía encontró en el periódico, que la palabra más repetida del día había sido: Certidumbre. Julio había estudiado geografía y se dedicaba a la cartografía, pero prefería pensarse a sí mismo como un ilustrador. Siempre le había gustado dibujar a lápiz. Tenía cuadernos repletos con dibujos de rostros simples, a veces hombres, a veces mujeres hechos con líneas, un círculo, dos puntos como ojos y una sonrisa echa con una sencilla curva. Los títulos dependían de la palabra del día. El dibujo de aquel miércoles había sido una mujer y el título en la parte superior de su rostro, había sido la palabra: Deseo. Pero al final Julio arrepentido, decidió colocar otra palabra, que no le perteneciera a él y que fuera parte del periódico. Así que borro el primer título y dejó a ese dibujo huérfano de nombre:
Deseo.
III. El baile
Jueves 1: 30 AM
Julio no ha llegado al departamento. La cena está lista y el vino abierto. Sofía se acerca al buró de la sala de estar y comienza a hacer unas cuantas llamadas por teléfono sin soltar su copa de vino rosado. Todos lo números que marca suenan ocupados. Decide esperar. Se reclina en el sillón ocre y toma uno de los libros que Julio ha dejado en la mesa de la sala. El libro se titula: Manual de prácticas de topografía y cartografía. No pasa mucho tiempo para que lo deje otra vez en su lugar de origen. Sofía comienza a pensar en muchas cosas al mismo tiempo. Esta ebria, lo sabe. Luego, poco a poco decide empezar a darle orden a cada uno de sus pensamientos. Se recuerda así mismo que nunca ha sido posesiva y que nunca lo será. ¿Por qué habría de serlo? Ese pensamiento la lleva a otro mucho más viejo. Se acerca a la ventana y piensa en su madre. En sus recuerdos, ella tiene seis años y esta sentada en la ventana de su casa con los brazos recargados en el barandal. En su estómago se empieza a sentir un vacío que es muy parecido al miedo, pero se inclina más por la angustia. Su madre no ha regresado a la casa y comienza a llover en la ciudad. Ella decide no moverse de la ventana hasta ver a su madre estacionar el auto en la puerta del garaje. Se escucha el estruendoso sonido de un rayo y la niña da un ingrávido salto de espaldas. El vidrio de la ventana vibra y su estomago se vuelve a hacer un nudo. Sin querer hacerlo, comienza a relacionar aquel sentimiento que le provoca la palabra pavo real con toda esta cinta de memorias en su mente. Sin darse cuenta, Sofía ya esta recargada en la ventana, en la misma postura que lo hacía cuando de niña esperaba a su madre. Siente miedo. No, más bien se siente confundida por un rato y después decide optar por la angustia. Se retira de la ventana y se dirige a la cocineta. Miara la hora. Julio no ha llegado y parece que no llegará. El recuerdo de su madre y la relación de la angustia y el pavo real hacen que casi vomite al momento de ver la tercera silla sobrante de la cocina. ¡Música! ¡Música! Sofía piensa en olvidarse de todo y decide colocar un disco para distraerse un poco. Se aproxima al reproductor de CD´s Y busca el disco más alegre que pueda encontrar: REM, Sinead O´Connor, Radiohead, Velvet Underground, Bach, Satie, ¡Caetano Veloso!…Elige a Cateano Veloso y lo instala en el reproductor de música. Los primeros acordes de la guitarra suenan. Sofía se conduce hacia su habitación y mira el reloj. Ha pasado casi media hora desde que comenzó su ataque de ansiedad. Comienza a recapitular sus actividades del día y recuerda que necesita sus pastillas. Se encamina al baño y toma su envase de antidepresivos. Se mira al espejo. Julio detesta que Sofía tome pastillas. Prefería que embaucara su ansiedad depresiva a cuidar las “Malva Miró” que a enpastillarse con Prozac. Sofía se siente triste. Ahora sí, definitivamente se trata de tristeza. Levanta su mano y apunta con su dedo índice el reflejo de su cabeza en el espejo. Se detiene por un momento y permanece estática apuntándose la cabeza. Mira de reojo las pastillas. Vuelve la mirada a su reflejo en el espejo. Hay silencio y de un momento a otro se desmorona y comienza llorar. Sale del baño y sin soltar el frasco de pastillas de su mano, se acerca a las Malvas Miró. Las mira con los ojos hechos una completa catarata. Sofía introduce sus dedos entre la luz ultra violeta y acerca la caja Perti. El frasco de pastillas esta abierto. Es una farsa, todo es una farsa se dice a sí misma. Caetono Veloso sigue tocando al fondo de la habitación. Acerca el frasco a la caja Petri. Se pregunta en silencio ¿Y si las células de las Malvas Miró necesitarán antidepresivos en lugar de música de Satie? Nada parece tener sentido. Nada lo tiene, nada lo tiene, porque el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe. Y ahora toda la realidad parece un maldito pavo real, un miedo sinsentido y todos los latidos parecen ser una tercera silla en la cocineta, sobrante asimetría impar. Y es miércoles, ¡es miércoles maldita sea! A pesar de que el día este recortado del calendario y no hay manera de liberarse nunca de la realidad de este planeta, ni de reinventar nada, ni de tatuar los pétalos y a la mierda dice Sofía. Se acabo todo, a la mierda.
IV. Los Requena Rocha.
Miércoles 6:30 PM
Necesitaban que todo estuviera listo en menos de media hora. La carne todavía se encontraba a medio coser. Cortaron las pechugas de pollo en mitades y tercios. El horno a trescientos grados Fahrenheit. Las papas en el horno. Sofía sonreía mientras miraba a Julio. Julio también sonreía nerviosamente, pero con una ligera preocupación por las visitas. La cocina olía a cena. El sartén hacía sonar al aceite de canola hervir, luego los trozos de la cebolla morada y al final un poco de ajo para darle sabor. Sofía y las indicaciones. -Una vez que el tocino haya soltado su sabor hay que poner la carne molida de res.- La palabra más repetida en el periódico del día había sido: Intransigencia. Pero esa palabra no podía caber un departamento donde los días miércoles no existían. Sofía y Julio le abrían las puertas al mundo. A las posibilidades. Soñaban con reinventar todo. Los juegos. Sofía, el dedo índice, la sien de Julio, el pulgar: ¡Bang!; Riendo como niños. Bendita inocencia. La carne molida que se preparándose con las manos fuertes de Julio. Sofía ventilando el olor de la cebolla por la ventana. La cocina azul rey, que debió hacer azul celeste, a veces las cosas no son como deberían ser. Luego Sofía agachada para abrir el horno, Julio que se acerca a mirar si ya esta listo el platillo. El aroma es delicioso. Huele deliciosa la comida. –Te amo.- Exclama Sofía. Y Julio no entiende. No quiere entender. La palabra del día es intransigencia.
Deseo.
Se abalanza encima de ella y luego la carga contra el mueble a un costado de la estufa. Y la comida si que huele deliciosa, y Julio la comienza a besar, con el pulso agitado, completamente vuelto loco. Y la sangre se les sube a la cabeza a los dos. Y las manos de Sofía tocan el vientre de Julio, mientras Julio baja sus manos y las introduce suavemente debajo del vestido, entre las piernas de Sofía. Ella acerca sus labios al oído de Julio. Los muerde. Muerde a Julio. Le dice algo. Pero Julio no escucha. Actúa con los ojos cerrados, mientras aprieta con sus manos las piernas de ella, rojas y sus muslos rojos y luego su culo rojo, contra la pared. Julio baja delicadamente su ropa interior, mientras los dos se comienzan a manchar un poco con la cena que preparaban momentos antes. El dedo índice, ya no señala la sien de Julio, ni el pulgar dispara: ¡Bang! Ella comienza a forzar la hebilla del cinturón de él, intentando bajar sus pantalones. Sofía siente el bulto entre las piernas de Julio apretarse contra ella. Él la toma del rostro y le besa el cuello, lo lame, y comienza a bajar hasta su pecho. Muerde un pezón con finura y lo aprieta. Ella comienza a masturbarlo. Y mientras los dos se masturban y se besan, respiran a velocidades casi inefables. – Te amo.- Le responde Julio. –No me puedo venir; ésta es mi ropa limpia Sofía.- Hacen esfuerzo con las respiraciones. La palabra del día es intransigencia. Lo dedos de Julio recorren la cara entera de Sofía, desde la barbilla hasta los ojos. Las manos de Sofía recorren el cuerpo entero desnudo de Julio con la imaginación, con la lengua. Suena el timbre. Sofía comienza a gemir y las maniobras de Julio se vuelven veloces.- ¿Te acuerdas cuando mamá no regresaba a la casa?- Gime Sofía. No hay tiempo. Julio con los pantalones hasta las rodillas y Sofía con el vestido hasta el cuello, sudando frío. Suena el timbre. – ¡Ya!- Le grita Julio.- ¡Tenemos que parar!- Suena el timbre con impaciencia. – ¡Sofía! ¡Ya! ¡Por favor!-. Se desatan. Se alejan. Respiran. Suena la puerta- ¡Ya vamos!- Grita Julio Requena Rocha… Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son… Sofía Requena Rocha, antes de abrir la puerta le da un beso a Julio….
-Antes de abrir esta puerta- le dice Julio a Sofía- sólo quiero que sepas que digan lo que digan, hagan lo que hagan, hoy no es miércoles. Ni nunca lo va a ser.