Poesía. VII (Colección: Rigor Mortis Fernando.)

Réquiem Corazón.

Escrito por: Rasé.

Pintura: Renne Magritte

Les amants MAGRITTE

A ratos, entre suspiros breves,

apartados anhelos del alma que sueñan con ser realidad,

me tiento a la melancolía del recuerdo, del tuyo,

de la tuya,

tu mirada dentro de mis ojos, en la que miras al mundo, que cambia incesante, indiferente y que se aparta  menguante,

exasperado por mi vana devoción al corazón.

A ratos, me da por encontrarme con la nostalgia,

y comienzo vendimiar con el souvenir de la memoria,

donde, creando eufemismos  para no herirme más, te sustituyo

con  borrosas siluetas, campos semánticos y una que otra antonomasia,

que me evocan sin tanta desfachatez, a la parsimonia nuestra,

ahora pretérita e irreconocible.

A ratos, simbiontes se tornan mis palabras, gimen con desesperanza,

imploran en silencio por un reencuentro congénito, sencillo, humilde y fluido,

oran por crear un puente que las avecine un poco más con las tuyas,

con tus sonrisas, tus desganas, tus descaros, tus zapatos,

tus manos cálidas e inocentes que se dan a entender con caricias,

con tu labios al pronunciar ¿como has estado?

y con mí mirada girasol,

que te contempla paciente como el mar,

desde la generosa, virginal auora del este, hasta el caer cansado de los párpados míos,

al oeste de mi almohada, donde lo sueños juegan a ser honestos e ilusionan al amor.

A ratos, el tiempo y más tiempo, ratos los minutos y los silencios.

A ratos la horas en su longeva lontananza, en su inmensidad de enigmas indescifrables.

A ratos tu y yo

y en el peor de los casos,

solo yo,

rodeado con dudas insípidas de futuro, frías e irracionales, progresivamente circulares, que desembocan una y otra vez en un todavía te quiero.

A ratos, el cariño callado, bien guardado, sobreprotegido, cauto, cuidado con delicadeza, para que no se duela con promesas de enamorados, candidatos paradigmáticos del dolor.

A ratos lo subjetivo de mi perseverancia cuando me siento a esperar, señales de vida, gestos de  empatía o alguna señal fugaz de tu rostro, que brote un indicio de armonía bilateral, en sincronía con el verso de despedida.

A ratos el Ciclo de Saros midiendo mi pena, que ya no es mucha,

Pero que todavía resuena, en el eco de mi andar pálido.

A ratos todo, excepto la entropía eterna, ambigua y cósmicamente imperfecta de la palabra amor.

Cuentos. III (Colección: Cosas que suceden…)

Sérendipité

Escrito por: Rasé

Pintura: Edward Hopper.

Hopper Waiting for hopper

Jamás me intereso contar la historia de como Aurora miró al cielo por vez primera, ni de cómo sus dientes perfectamente ordenados reflejaron la felicidad que guardaba misteriosa y tan lejana de mi, tan pero tan distante que por momentos me hacía sentir que la había conocido en otra vida cuando ambos fuimos gatos o elefantes ( yo que sé)  pero sin duda alguna, en otra vida pero no en esta. A menudo le preguntaba a Álvaro sobre las teorías  de los movimientos brownoideos en el amor y de las posibilidades infinitas de que mi relación con Aurora se pudiera entrelazar con estas, tal y como lo hacía la de Oliveira con La Maga en París. El azar de converger con su figura una vez más, tropezaba con esa muralla de mar que se paseaba frente a mis ojos y que más tarde se transmutada en figura de peatones, ahogando la esperanza y rara vez insistiéndose de forma necia y en voz baja, como queriendo que nadie se enterase de que la podría volver a ver una vez más en aquella cafetería de la calle Sérendipité. Pero ella ya no cruzaba más por ahí, ni si quiera se había dado la posibilidad de sentirse acompañada aquel catorce de febrero posterior a su ruptura con ese tipo pedante al que todos llamaban “El Casé”. Dicen que el hombre es producto de las circunstancias que lo moldeanpero si fuera correcto este razonamiento, supongo que Aurora habría entendido en mi silencio, aquella tarde en la que ella decidió terminar conmigo, que mi omisión no era más que una protesta impotente por quererle demostrar que aún tenía guardado amor para ella y que no me parecía suficiente el tiempo de vida que ella le estaba dando al deseo de mi corazón.

Me voy– me dijo- ¿te encuentras bien?- y me miró como sintiendo piedad de la famélica silueta que desprendía mi ser. Me quede callado y la miré. Ella se levantó de la silla de madera de pino, de la que alguna vez comentamos en aquel mismo café, lo horrible que era, la forma asimétrica de su respaldo, la falta de proporción en sus cuatro patas y la manera en la que rechinaba cuando te balanceabas con el peso del cuerpo. Si, era esa misma silla la que ahora ella dejaba vacía frente a mi y se vengaba de tantas críticas burlonas que le había hecho tiempo antes. – ¿Eso es todo? ¿No hay más?– respondí con apariencia serena, pero con un infierno en el pecho. Ella se acercó y me besó en la frente. No sé si era la voz de Jaques Brel que se escuchaba en el fondo de la cafetería, producto de su reproducción en el tocadiscos de lugar, o era mi mente que, mientras yo miraba sus labios acercarse a mi frente, entonaba con un volumen progresivamente in crescendo  el Ne me quitte pas que desgarraba la poca llama de felicidad que me provocaba estar con ella. Miré el salero que se encontraba en la mesa y por alguna extraña razón que aún no descifro, recordé a mi hermana, recordé como me dijo en casa de los abuelos una frase que jamás me había servido hasta aquella tarde en la que me abandonó Aurora. –“Las personas no te lastiman, ni te hacen daño, eres tú el que solo te hieres pensando en que ellas harán algo por ti.”- Y es que siempre consideré melodramática y no voy a negar que la califiqué como absurda aquella lección que intentó darme. Pero esta vez lo entendía, mi hermana tenía razón, ¿Como podía yo esperar una señal bilateral por parte de Aurora? Después de todo, los sentimientos son como las nubes, van y vienen y un buen día despiertas y estos se han despejado y han dejado un cielo azul, vació, sin nada más que decir o de lo contrario diciéndote  –Me voy, ya no me encuentro enamorada.- acribillando la poca humanidad del enamorado en turno y esperando una comprensión que no vendrá. Al principió lloré, disequé la mayoría de palabras que podía haberle dedicado los meses siguientes, Álvaro me soportó por un tiempo, hasta que mi dolor se volvió insoportable. Pensaba que no me dolía el hecho de que Aurora se marchara, sino de que existiera la posibilidad de que su amor por mi se acabará y ella volviera a querer como lo había hecho antes conmigo. Me aterraba pensar en ello. La peor venganza que se les puede hacer a los enamorados es el olvido y que es el amor sino el olvido constante, el error reiterado seguido de la inmaculada pureza del espíritu. El amor no podría entenderse sin ese círculo y yo no podría entender Aurora sin su ausencia necesaria, que en mi luto hacia una pregunta constante ¿Dónde estamos ahora? Pasado, presente, el salero y la silla de madera de pino, los movimientos brownoideos, los errores los aciertos, el azar y la efeméride del beso en mi frente, eran y son las circunstancias que tal vez que me hacen regresar a las afueras, mirando adentro de la vitrina de la cafetería, en la calle Sérendipité, con la ridícula esperanza de volver a repetir el pasado, de volver a ella y esperando que no decidiera alejarse esta vez de mi vida. –Es lo mejor para los dos.- Me susurró, recuerdo, con su dulce voz queriendo amortiguar la fuerza de sus palabras y yo sabía que se equivocaba. Sabía que era lo mejor para ella y claro que sí, sabía también que era una decisión egoísta. ¿Entonces que es lo que hacía otra vez ahí? ¿Porque carajos me encontraba otra vez mirando a través de la vitrina de la cafetería? ¿Qué esperaba? La libertad era mía, podía quedarme o tomar la decisión de irme y no dar segundas a oportunidades a mi mente. Imaginaba el peor de los escenarios venir, ella acercándose a mi, con su misma piel arena, sus mismos lunares, los ojos como ángeles, su cabello terso, la imaginaba acercándose dubitativa y susurrando una vez más a mi oído: – ¿Ya te encuentras mejor? Podemos ser amigos ahora ¿No te parece?-. ¡Dios! imaginaba eso y me derramaba una y otra vez y caminaba en círculos fuera de la cafetería y la gente me miraba. “Esta loco ese hombre” (seguramente pensaban) y me daba lo mismo (sus voces) mi dilema dentro de mi cabeza, era un tribunal que condenaba mis actos. Y es que me daban ganas de verla una vez más y decirle antes de que ella pudiera decir una sola palabra, antes de que pudiera sentarse en la silla de pino y me pudiera mirar con ojos de compasión, me daban ganas de gritarle-¡No sabes lo afortunada que eres!-. El reloj marcó las cuatro de la tarde, la cita estaba apunto de comenzar, había acorado de verla tres meses en el mismo lugar de la ruptura. Mi corazón se sentía una poco más fuerte, convaleciente se podría decir. Esperaba, la manecilla avanzaba, deseosos sueños, los reprimía para no crear ilusiones que hieren cuando no se cumplen. Moría por verla otra vez, tal vez después de todo este tiempo de no vernos por fin me extrañaría. Cuatro y media, tomé asiento en una de las bancas frente la cafetería, donde todavía a lo lejos podía mirar el fondo de la vitrina. Pensé por un momento en que no llegaría, pensé en lo boba que era mi insistente esperanza y en lo estúpido que me veía esperándola, ahí afuera, entre el los peatones. –¿Acaso eso era lo que ella quería? ¿Volver a humillarme?- Pensé. Pero cinco minutos pasaron y el panorama cambio. Un automóvil aparcó justo en frente de la calle Sérendipité, ahí en la cafetería, era un taxi y la miré como en cámara lenta, como lo hacen las películas cuando algo importante marca la trama y la vi bajar, tirando su cabello terso de lado, acomodando su suéter para verse bien. Yo lo podía mirar a lo lejos, al otro lado de la calle y ella todavía no me había visto. Es importante mirar sin que te miren a veces. Pensé otra vez en gritarle desde el otro lado de la calle:-¡No sabes lo afortunada que eres! ¡Nadie te amará tanto como yo lo hago!- pero por fortuna no lo hice. Unos instantes después de mirarla bajar del taxi, noté que un hombre bajó con ella y justo al momento en el que estaba decidido a gritar, la realidad, la ramera vida me soltó una bofetada necesaria para destruir los castillos de la ilusión. Aurora besó al hombre y se introdujo en la cafetería. Ella no me logró mirar pero yo si la miré, que fortuna más desdichada, que golpe de suerte más triste. Me escondí en el callejón más próximo y reclamé en mi cabeza como si ella me pudiese escuchar:-¿Acaso aquel tipo te conoce como yo? ¿Acaso te hace reír como yo? ¿Acaso sabe que no te gusta hablar de tu papá? O ¿Nota cuando te encuentras al borde del llanto? ¿Acaso tiene idea de que odias tus lunares? ¿Del beso en la mejilla? ¿De tus rodillas cuando estas nerviosa? ¿Acaso sabe donde empiezan tus labios a temblar cuando pronuncias las palabras “te quiero”?-.

Cerré los ojos y dejé caer una lágrima. Enderecé mi cuerpo y lo comprendí, Sérendipité no significa un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. Sino una revelación que te otorga a la vida. una oportunidad de redención que sirve para sanar el espíritu. Regresé a la calle, con los ojos tallados y me introduje en la cafetería. Ahí estaba ella junto a el. Me acerqué y antes de que ambos pudieran decir algo, exclamé:

-No tienes idea de lo afortunada que eres.-

Aún hasta el día de hoy, no creo que tenga idea.

Cuentos. II (Colección: Cosas que suceden…)

Simón Carla.

Escrito por: Rasé.

Pintura: Gustav Klimt

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Había un cuadrado y cuatro paredes, dos ceniceros y ocho de las de cristal, de esas que ponen “bien”, de esas que pintan la mejilla roja. Había risas y un grito al fondo. Había una luz de bombilla semi-amarilla, que zumbaba, que zumbaba mucho, como un mosquito convaleciente:

 

-bzzzzzm- canta la esfera de luz.

bzzzmm- cada vez menos.

bzzzzm- tiene miedo de morir.

El último minuto de su vida, Carla pensó tres cosas (¿pensó?): (A) Lo miserable de su suerte (Busca y encontrarás),

(B) Perdonar siempre (y cuando saliera viva)

(C) Respirar lo más posible (casi imposible).

El último minuto de su vida Carla pensó, pensó morada, pensó pataleando, pensó berreando, pero pensó (dicen que pensó). El reloj no siempre nos pone a la hora exacta de la vida. Los corazones están desincronizados: De la muerte, de la vida.

Ella un gusano. Ella el gusano Simón. Simón en el jardín. El jardín de Mario. Mario el niño mocoso. El de la lupa.

-¡Abre la piernas puta!

-La paz os dejo, mi paz os doy.

(Dijeron el domingo pasado: Juan 14:27)

– ¡Que las abras gata!

(Aquí no hay miau. ¿Hay miau?)

-¡Ponte floja!

 

Voz ronca: ¡En sus marcas, listos, fuera!

 

 

 

 

Un ojo naranja, un rayo beta o gama, un láser, un láser rojo, que penetra, que se cuela, que se infiltra en la piel verde, en la piel arrugada, en el ombligo del gusano. Se retuerce el gusano. Se retuerce más. De un lado a otro. De atrás para adelante. Un caballo dorado, pero recostado, casi inmóvil. Grotesco. Tenebroso. Ahora intenta cerrarse. Simón candado. Ahora más. Gusano bañado con limón. Gusano bañado. Se quema, se carcome.

-El acido cayó en el cofre.

Le quemó la cara. Mario la lupa, el ojo naranja através del espejo, el rayo beta o gama, recorre la verde piel, la recorre como una navaja, como una hoja de cuchillo, que pinta una delgada línea roja. Se escurre.

¡Hay Simón! Ya no bailes así, que me da miedo.

(Se ríe Mario)

-¡Gol!

– ¿Cuanto vamos?

Ocho cero, a favor ellos.

El último minuto de su vida, Carla pensó tres cosas. O tal vez fueron dos. O talvez solo cantó con mucho amor. Dentro de aquel cuarto, un cuadrado casi perfecto, un cuadrado y cuatro paredes, dos ceniceros y ocho de las de cristal, de esas que ponen “bien”, de esas que pintan la mejilla roja. Había risas y un grito al fondo. La luz se caía, como los parpados de los somnolientos. Locación: Tercer habitación, puerta roja, fisura en la parte baja. Dos personajes: Carla (Simón) Mario (Mocoso).

Ella el vientre tenso. El la daga. Simón se retuerce por el limón. Mario, la lupa el ojo del infierno. Todo en cámara lenta.

Grita. Grita más fuerte. Quejido. Lamento de sudor.

-¡Ya por favor!

Le quemó la cara. Mario. la lupa, el ojo naranja a través del espejo, el rayo beta o gama, recorre la verde piel, la piel verde una vez más, la recorre como una navaja, como una hoja de cuchillo, que pinta una delgada línea roja. Se escurre. Se escurre una vez más. –Ábrete más que duele– le dice. Se incendia todo, el colchón,  la colcha, el cojín alguien lo muerde. Se aferra a la vida Simón. El niño acerca la lupa. La acerca más. Zoom. Doble zoom. Ampliando la imagen. Simón cae. Cae lento. Se rinde. Perdóname dice con sus ojitos y la cabeza. Perdóname.

(Suena la música) Game Over.

 

 

-Te amo.

-Lo dudo.

-Nos vemos mañana.

-No puedo.

-Esta bien.

– Pero, quiero que sepas que te amo.

-Ah.- respondió dubitativa.

Era temprano. Olía a sol que sale. A  café mañanero. Ella se recogió el cabello, y las ropas. No sabía (nunca se sabe) que era el último minuto de su vida. Pero antes. Carla pensó. Carla pensó tres cosas (¿pensó?). Dicen que pensó. Ojala no se arrepienta.

Poesía. VI (Rigor Mortis Fernando.)

Ciudad de las flores

Escrito por: Rasé.

«Toda herida de la humanidad, es una herida nuestra.»

Pintura: Marc Chagall.

crucificción blanca

Cansada la figura inmortal de los enamorados,

exhausta de tanto llorar con los hombres,

se echó a correr,

navegó el mar sideral e infinito sintió su ser.

Al percatar el final de universo con los ojos cerrados,

supo describir el significado de su insignificancia.

¿Que le ofrecían la lluvia de estrellas? ¿Qué podía comprender en la aurora?

El sueño del camino, la nostalgia de materializar a la Maga de Julio.

Enfrentar de cara al fuego los brutales embates de la ramera vida,

quemar nuestras alas como Ícaro al menos tres veces al día,

buscar la prorroga perpetua de los amorosos de Jaime,

despertar entre el tambor del corazón y la tormenta solar,

cantar, menear, animal, salvaje, primitivo, instinto caníbal,

sin pretender, jamás pretender,

poniendo a prueba la resistencia del olvido sobre nuestras cabezas,

para probar que tan cierto puede ser el abrazo una vez disueltas las mascaras.

Hoy lo veo en sus ojos y en sus manos sucias,

que la justicia social no es más que la utopía onírica, el sueño bastardo,

la realidad huérfana de posibilidades,

el teatro, el poema, nosotros no más,

condenados a ser culpables por las miserables culpabilidades metafísicas de Jung.

Amada pérdida, benditos los amnésicos con lagrimas evaporadas,

el saxofón no salvará a las generaciones beat que ya fueron y serán;

Si, ellos fueron los que mamaron y fueron mamados.

Si, ellos fueron los que se quemaron los brazos con cigarrillos protestando.

Si, ellos fueron los que cortaron sus muñecas tres veces sucesivamente sin éxito.

El pasado como espejo reflejado en el destino trazado,

ellos son nosotros,

nosotros decadencia y despojo,

paralelo aullido repetido hasta el cansancio,

¿Cuándo acabará esta masacre de ángeles exiliados?

Brutal desahogo la poesía, purga orgánica para alimentar el espíritu.

Necesito matar al divo hedonista que habla por mí a ratos,

¡Divo hambriento de egoísta reconocimiento!

Advierto amputar al alter ego para renacer más puro.

Nos volveremos a enamorar callados,

despareceremos complemente en la eternidad de tus ojos,

ausentes de sus reuniones,  abrazos por el conejo lunar

donde irónicamente seremos libres,

y volveré a martillar las letras con mis dedos para trazar un puente,

que desemboque en el corazón,

lo prometo.

Somos ciclos,

Nacemos, creceremos, morimos y volvemos a nacer,

Somos infinitos en la noche abrazados en camas de  piedra.

Somos fugaces oscilando entre Moiras, custodiando nuestros hilos.

Somos colibríes,

por siempre multicolores,

nostalgiosos,

colibríes.

Poesía. V ( Historias de los Mano Negra.)

La Vampira.

Por Rasé.

Para Los Romero Ybarra y en especial (con cariño) para la Vampira.

Pintura: Edvard Munch

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Vampira en las veinticuatro siete.

Vampira y estrella, caos incomprensible, de bombas atómicas en los ojos y dictámenes esotéricos inverosímiles.

Vampira que no entiende de razones ajenas, porque el mundo le parece inocente, porque si llora Daniela- que es por debilidad- y que si su padre le grita -que es por enfermedad-.

Vampira amurallada, caja de Pandora impenetrable, con fantasmas  y arañas inherentemente propicias del exilio social y luego el deseo virgen, de no crecer jamás, vampira Peter pan.

Vampira como la Maga de Cortazar, ingenua, violeta ignorante,  fusil asesino de los presocráticos y constante impulsora de los gitanos y el tarot.

Y es que vampira mágica, que no te lean la mano porque se arriesgarían a perderse en la constelación de tu palma, porque no eres más que estrella fugaz y sabes que te vas cuando quieres y vuelves cuando se te da la gana y que el destino es un mapa para los bobos que no saben andar a solas sin encomendarse a Dios.

Vampira, seguro teorema incoherente, de código moral interno, de rudas terceras guerras mundiales en tus lágrimas y amante efímera, razón de tu dolor, manteniendo intacta la sombra debajo de tu vientre, hasta que llegue el momento de tu Big Bang.

Vampira, rama no recta, ni sinuosa, sino de estructura abstracta, discípula de tu madre y madre eterna de tu padre.

Vampira como motivo de tu propio desamor, como constante rechazo al afecto, mi afecto, el de ellos, y ellas (las niñas).

Vampira que no te cambien porque no pueden y que no intenten porque se queman. Sol e Ícaro, metáfora perfecta para entender lo indescifrable que es el algoritmo de tu corazón.

Vampira madre, hermana, laberinto y miradas prisma.

Vampira virgen, noche de copas, revolución.

Vampira antónimo perfecto para la monotonía y la razón.

Cuentos. I (Confesiones que suceden…)

Ensayo de cómo describir a Daphne.

Escrito por:  Rasé

«Inspirado en el capítulo 9 de Rayuela, en el bicitaxi (clandestino) y en el Kiosko de Juan Son .»

Pinturas por orden: Paul Klee /  Piet Mondrian.

Paul Klee - 1914

Como un Cronopio de Cortazar que se desprende en la coronilla de tu morena melena, como un aura, un laurel de inocencia demente, casi  escéptica de de tanta felicidad, meditaba como la vida tenía sus redes propias, matemáticamente perfectas e incompresibles para abrazar la coincidencia de que yo pudiera estar a tu lado, trazando corazones en forma de triangulo con mi nariz, en tu mejilla. Tal y como la noche sigue siendo un misterio, al igual que el mar que calla sereno, tú también lo eres Daphne, amazona que no responde nada cuando me confieso y que se entrega con el silencio bien untado de mar. En mi cabeza solo puede seguir una idea fija, el Kiosco de Juan Son es el que andamos viviendo, la sombra de La Maga se pinta en tu reflejo mientras volamos montados en el bici taxi, dentro de un pueblo apocalíptico, donde los niños son de tierra y en la casas duermen las penas. Dábamos vueltas mientras te abrazaba y llegábamos a puertas que se abrían solas y nos empujaban como un soplido hacía dentro de sus moradas. Tú hablabas de cosas que me parecían realmente insignificantes, pero me encantaba escucharte, pensar que te importaba el minuto que compartías conmigo, era como si el cronos bien aprovechado pudiera medir de alguna forma el amor que quería yo recibir de ti. Me empeñaba en pensar que no eras un abrojo, sino que tú podías curarme de alguna manera que yo desconocía, de esa mano negra que me impulsaba a ser quien era en verdad. La maldad viene implícita desde la placenta en todos los niños y no es maldad sino egoísmo, síndrome de supervivencia lo que nos lleva a ser quienes somos, los mano negra. Pero tu eras mejor, porque tu lo habías arrullado a eso que yo, llamaba abrojo y te dedicabas solo a sonreír para mostrarme que había una redención próxima que no dependía de ti, sino de mi, como una amor que florece y que  tiene que ser cultivado de forma individual, para así no crear enredaderas que nos asfixiaran hasta ahogar nuestras almas, porque el amor es de dos y no de un solo ser compenetrado, es un duplicidad de células que jamás deben de fecundarse. Me gustaría que el amor fuera como aquella discusión de Rayuela, en la que hablan de Mondrian y Klee, en la que se dice: del absoluto, me gustaría que al amor o cualquier tipo de rayos que me penetra a ratos, fuera del tamaño del absoluto, pero la verdad es que no lo merecemos, porque no somos ni la pintura de Klee ni de Mondrian y mucho menos absolutos. Nada más basta un segundo para darse cuenta, basta mirarnos en tercera persona, para lograr ver, que no hemos logrado alcanzar el máximo alcance, la máxima profundidad de nuestro Kiosco de amor Porteriano. Ojala alguien pudiera pintarnos, este recuerdo onírico nuestro, que me rebota a olvidarte cuando despierto, cuando tomo café y después cuando intento escribirte y crear en el papel un espejo para que los demás, al leernos se compadezcan de nuestro amor tan arrugado, húmedo y mal oliente. Daphne si pudiera tener un tarro lleno de tu aliento, si pudiera bebernos en forma de jarabe como prescripción medica, lo haría, y después me tiraría en  medio de nuestras nubes y te abrazaría en  posición fetal hasta que me tuvieras que amar y yo también a ti.

Daphne, no alejes tus labios de mí, no niegues mi cuerpo sobre el tuyo, ni bailes sola, cuando podemos hacerlo los dos. No te quedes tampoco si no quieres, haz lo correcto solamente, hazlo para que no te broten hilos de tus brazos y se muevan por manos ajenas, hazlo para que así, pueda saber que tu flor también esta floreciendo con mi saliva regadora. Es incoherente como hoy que estas aquí, no puedo pensar en otra cosa más, que el hecho de que te esfumarás en cualquier momento. El futuro me quita mi presente, como yo le quite a el, la oportunidad de tenerte en brazos de otro. La verdad es Daphne, que si no logró entender porque te esfumarás, tendré que ser arrullado por una parvada de pajaritos que al ritmo de su ya-cu-cu me anestesien.

No es fácil entender porque cuando el amor tiene que ser sedentario, se empeña obstinado en ser nómada, porque el amor es verde y húmedo como los Cronopios que intentan ser definidos por los filólogos y metafísicos,  diseccionados por taxonomías, tal y como la tormenta solar del corazón que se intenta enjaular cuando no se comprende y se vive ingenua e inmaduramente.

Tal y como los Cronopios, como los destellos  graves de un bajo, como Klee y Mondrian, como el  amor abstracto que tengo por ti y como tu, Mónica disfrazada de Daphne.

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Poesía IV. Colección: (Rigor Mortis Fernando.)

María Bugambilia.

Escrito por: Rasé.

Pintura: Robert Henri

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María bugamabila.

María pura e inogaotable, como flama de la reminiscencia.

María de noche cuando la esperanza es nula y en la aurora del porvenir.

María de pocas horas y sin cansadas charlas. María la de sonrisas eclipsadas.

María de canto remoto, de postergadas reflexiones, cuándo el amor es simple y los axiomas son incautas miradas de dos personas que solo saben callar.

María cuando rezo y cuando no lo hago también María.

Cuando palpita en el pecho, el son de los danzantes buscando la afinidad común también María y cuando dejó de creer,  necesaria su romanza al mediodía.

María timorata, institución compleja, colmada de dogmas falibles, que violan tensamente, como flotas colonizadoras e insolentes ratas tu fe.

María bungambilia por qué todo lo resistes, desde la lluvia lamento del cielo, en la que  bañas tu cuerpo con mentada indiferencia o en la tragedia que envuelve la lágrima de aquel amante que nunca pudo captar el sutil guiñar de tu afecto.

 

María estrella,

María cometa,

María sagrada,

Santo grial María, Santo grial.

 

María en los callejones desolados y sucios, en las corrientes de aire infusa como virtud, como esperanza, ¡implorando a gritos el auxilio omnipotente de un Dios!

María hambruna y bolillo, en las manos sucias del infante, en su desdicha funesta, en la tierra y más tierra y en el arado también, en el trabajo del campo y debajo del metro, en su chillido metálico maltrecho que pide a gritos…

¡María bumgambilia!

¡La victoria nuestra será post-mortem

o mortem será per se la victoria!

 

María y mil fonemas en suspenso.

María suspiro del beso no dado, patraña de arquetipos infundados y de pesos y  de kilos, arquitectos imposibles de la autoestima del hombre contemporáneo.

María en el verso de Mario, en el poema veinte de Pablo y en las fronteras infinitas de los continentes, donde muros y muros y muros y mas muros, donde corazas de cemento en lugar amor, abrazan la tierra, ¡en lugar de amor! instinto de fraternidad salvaje que con el tiempo ¡María! Se envenena por ejércitos como mares, de sangre manchados por la hipocresía y la ambición.

María en el reloj del tiempo traicionado, en la calzada sin nombre, en el solsticio del alma, despegando al cosmos, estallando contra el espejo, con el rostro frente  a frente, como partículas de honestidad, sin vergüenza al origen amorfo del corazón.

María como la despedida y como la mano que sea aprieta fuerte para no dejarla ir.

María y los miles de puños que sollozan revolución al canto de las antorchas que ya rozan los cielos.

María y el carmín que cubre mi patria.

María en la ausencia, en la esencia de la materia viva, en el nocturno a rosario o en su mismo nocturno púrpura carmelina.

María en el sudor del proletario, campesino, vagabundo, sin ruta, poeta, autor de mil mentiras, en el número que nos enjaula, en su “¡uno, dos, tres, uno, dos, tres!”

María en los cuartos de hospital, en la enfermedad terminal, en el cáncer del espíritu.

María para todos, cuando la profecía se logra, cuando no se demanda ver el todo, ni  entender el porque, sencilla, humilde, santificada María para los que en el silencio escuchan la voz de sus muertos y entienden el amor como aullido distante que brota de la nada como la partícula de Dios.

 

Poesía. III (Colección poemas sueltos…)

Con “M” de Placebo.

Escrito por: Rasé.

Pintura: Egon Schiele

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A veces pasa.

en las que un hombre y una mujer  se encuentran.

A veces pasa

y no es destino, sino instinto animal lo que los ata.

A veces pasa y ambos se muestran sus guerras,

su deseo de hallar el cáliz de la resurrección,

de vomitar el alma  de un grito,

como hedonismo contado por el cosmos en tres segundos,

en la alacena y el sillón

donde el corazón no vale,

ni la razón,

sino el deseo de los labios,

de besarlos, de curarlos.

 

A veces pasa

en el punto justo,

cuando las mareas  tornan undívago el vientre

cerca al triangulo bermudeo del ombligo,

y muestran el cielo

en la sombra sagrada que guardan los muslos,

donde el regalo se encuentra en el infarto

que ocurre al momento del abandono  de los cuerpos.

 

A veces pasa,

Cuando la casa se halla íntegramente sola

y el placer animal colma las paredes de sudor

que no avergüenza, sino que hidrata,

mientras se miran con los dedos

y con los parpados como telones,

se telepatean entre quejidos y suspiros.

 

A veces pasa, cuando ambos lo deciden,

Y sacian lo saciable

Y besan lo besable

Y logran delegar el ángel en segundo que parece hora eterna

previniendo la ceremonia

que se refleja en la aurora del espasmo intangible,

de un cuerpo a otro.

 

A veces pasa

Y él dice- cinco segundos y de forma recta al corazón-

Y ella solo mueve la cabeza, de un lado a otro

y se niega, obstinada

porque cuando a veces pasa,

no es el corazón el que juega,

ni lo cinco segundos,

es el sillón y la alacena,

es el deseo,

es el beso y la delegación del ángel que crea las mareas,

son los labios. y la fractura de entre los muslos completada,

es eso y no más.

Poesía. II (Colección poemas sueltos…)

Misread Moon. (Poesía.)

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 Escrito por: Rasé.

Malinterpretamos. Malinterprete. Qué triste, pero así fue.

Ni hablar así pasa. Shit Happens. Lo sé.

La anatomía de la femme fatal estaba dictada desde antes,

¿Qué pasa? ¿Qué haces?

¡Bah! Me cegué.

Los corazones inflados por helio se van por el desagüe.

A veces. No siempre.

Cuando las cosas mal leídas se comprenden,

Se distienden, se mueren;

Se crucifican como cristos

y a los endebles humanos que lloran,

inocentes, se terminan. Se hieren.

No sirve llorar, no para cambiar.

Dicen que no se raya.

con rechazo, ni con maña,

El aditum. El altar,

Ese que está en el pecho

Y que sirve para amar.

¿Que nos regala la vampira en nuestra dulce soledad?

Desvelos, mil lunas.

Futuros en un vaso,

repletos de ambigüedad.

Que vamos hacerle si todo fue cobardía. Yo nunca te amé

¡Vaya mentira!

Mejor sírveme un ron con cola y un caballito de tequila

vámonos a la obscuridad,

Me niego a la ceguera. Dos tragos. Cuatro versos.

¡El chico se nos va a emborrachar!

Quiero la noche,

donde todavía hay una opción,

triste, arrinconada

como única consolación,

el “om”, la meditación,

La negrura.

Esa que los muertos se conocen,

En que la suma de dos,

Al final se vuelve una.

¡Así es el amor que va!

La negrura.

El otro engaño, del moderno hombre mono.

¡Oh no!

Nuestra muerte esperando un tesoro,

un espejismo, deshidratado,

muriendo lento,

cansado,

como Buda, sentado,

aguardando un oasis, la primavera,

la perpetua estación;

las arrugas se nos trazan, no asan

hasta que la muerte nos llega,

como rayo,

llorando nuestra piel roja. La insolación.

A lo que voy, es que todo se ha vuelto una espiral contradictorio,

En el que tu frío, es mi caliente.

En el que te espero paciente,

En el que, en mi dúo de amor,

no hay dos, sino uno;

Porque tú,

sin importar nada,

te la vives ausente.

¿Cómo en el poema veinte?

No pana. Aquí es diferente.

Lo que pasa es que

los besos no fueron entrada,

ni tampoco “la hablada”;

Lo que pasa es que

nunca la tuve enamorada,

ni atada,

y peor aún me di cuenta que en la lejanía,

la buscaba, la necesitaba;

Lo que pasa es que:

¡Oye Carlos!

¿Porque tuviste que decirle que la amabas Mariana?

 

(Mejor postdata que te parece.)

 

Cada cosa se tuerce,

Como el péndulo lunar que entre estrellitas se mece,

A ratos como una rama en los viveros. Bien regado. Crece.

Silbando la canción de los tristes enamorados,

Que entre prejuicios y dudas,

¡Terribles! ¡Absurdas!

Se vence.

 ¡Como Romeo y Julieta!

El amor, cuando se pestañea.

No estaca, ni pelea.

Enflaca, marchita,

empalidece

Y después de menos de siete soles,

En una horas,

en un malentendido –te quiero-,

Misread. Perece.

Poesía. I (Colección poemas sueltos…)

El Tronco degollado. 

Escrito por: Rasé.

Pintura: Edward Hopper.

Imagen

¿Premios para el cantor  triste de  la  mala  vida?

Mil abrojos para el, que  caminó su  frontera.

Se tira de espaldas, un beato en  huida.

Callado, dormido, envuelto en  su roja bandera.

 

Esta,  nuestra  loca  realidad  retorcida,

Falsa.  Tramposa, vestida  de perra faldera,

¡Acelera! ¡Mira  la  negra  sobrevenida!

El Diablo  no arde  ni quemado en la hoguera.

 

La infancia  nos duele  y  su avalancha nos cansa

He cruzado el desierto para llegar a casa.

 

(¡Bang!)

 

Pa´ llevarse  mi vida se  necesita tino

“Calavera  no llora”  dice el  argentino.

 

 

Logré  besar, a la salada  muerte en  la  boca,

El  veneno: un  vaso con hielos, un ron con  coca.

El  destino,  pintado morado y perdido

Aquel corazón negro que quedó malherido.

 

Manos  negras  de estambre que con  fé se  abrazan,

Mala hierba  no  muere.  Jamás en  paz  descansa.